DOCUMENTACIÓN CLASIFICADA |
"CATA ABIERTA A NUESTROS AMIGOS EXPEDICIONARIOS" por MARCELO G. MARTORELLI
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"INFORME SOBRE LA TIERRA INTERNA" ANONIMO
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"DEL INTELECTO A LA INTUICIÓN" or ALICE BAILEY
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"AGHARTA EL MUNDO SUBTERRÁNEO" por RAYMOND BERNARD
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A N O N I M O
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"Lo que la Sabiduría Antigua espera de sus Discípulos" por MANLY P. HALL
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"Decálogo de los tiempos Futuros" por YACO ALBALA El Mahatma de Occidente
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LA ABUELA MARGARITA GUARDIANA DE LA SABIDURÍA MAYA
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"EL SANTO GRIAL, LAS CLAVES SIMBÓLICAS DE LA LEYENDA"
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por Manuel Torreiro & Luis R. Vaamonde
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"MARIA MAGDALENA" y su fatal destino Anónimo
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"EL Diario Secreto" del Almirante Richard Byrd por Richard E. Byrd
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por Eshael
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A G A R T H I E N E L S U R p o r E d u a r d o G r o s s o
CAPITULO 1: A MODO DE INTRODUCCIÓN
¿Cómo comenzar a escribir este relato?
A veces la vida nos trae experiencias que están mas allá de nuestra capacidad de expresión, del manejo del lenguaje y de la descripción desapasionada que suele ser moneda corriente en el periodista profesional, o en el mesurado escritor acostumbrado a llevar por el laberinto de su relato al desprevenido lector o al más avezado de ellos.
Hoy reconozco mis limitaciones y lo siento como un pecado capital ya que tal vez me imposibilite llevar con toda la riqueza expresiva mi experiencia. ¿Debe ser esto un impedimento para callar? No quiero asumir que lo que viví no pueda ser conocido por otros, en especial si mi semejante siente un deseo irremediable de aprender y comprender los misterios insondables que aún, en este tiempo de vorágine globalizada, subsisten en nuestro mundo.
Alguna vez escuche la cita de un filósofo (no recuerdo quién) que decía que “hay muchos mundos pero están en éste”, siempre me pareció sin sentido este pensamiento, sin embargo hoy comprendo que hay sutiles influencias que pensamos se originan en nuestro pensamiento y sin embargo es fruto de alguna mente (por decir un término) superior a nuestra naturaleza humana.
¿Por qué Yo? Muchas veces nos hacemos esta pregunta, ante la enfermedad, el accidente, la circunstancia desafortunada; casi nunca nos cuestiona el poseer un feliz matrimonio, la existencia de verdaderos amigos o el reconocimiento profesional.
La sociedad nos condiciona a creer únicamente en lo obvio, lo que se ve, lo que está perfectamente establecido; aquellos que salen de esa norma son vistos con desconfianza, como si se tratara de anarquistas con el único pensamiento de socavar los valores fundamentales y descarriar a aquellas personas “normales” que trabajan de ocho de la mañana a cinco de la tarde y comulgan con sus pares los domingos en la parroquia. Sin embargo suceden acontecimientos que están más allá de la norma, incluso de nuestra condicionada imaginación.
Sucesos que ocurren a gente corriente, como yo, sin ser un héroe del cine o un astro del deporte, ni siquiera con la posibilidad de tener un coeficiente intelectual superior a la media, pero sin embargo, de la noche a la mañana nos convertimos en dueños de nuestra propia aventura trascendente que nos lleva por senderos secretos e insondables. He querido mantener mi anonimato, no busco la gloria o la fortuna sin razón; he ganado mi propio cielo personal y lo sé.
De nada me serviría discutir con escépticos o refutadores una experiencia de vida. Confío en mis amigos y lectores, a los que daré poder para incorporar de este relato lo que quieran, con la esperanza que ayude a otros a satisfacer el deseo de su corazón en concordancia con los deseos de su mente.
El Saber es el norte de muchos de nosotros y también el de “ellos”; el saber es el punto de unión, el nexo, que une a dos intelectos en perfecta comunión.
Déjeme llevarlo en este relato hacia una realidad de otra era presente.
CAPITULO 2: EL CONTACTO.
Aquella lluviosa y fría tarde de Junio del año dos mil, estaba en mi casa-estudio de “La Horqueta”, el aristocrático barrio de Lomas de San Isidro, peleando con aquellos disquetes provistos por mis clientes para calcular el anticipo del Impuesto a las Ganancias, uno de esos impuestos que vinieron por “única vez”, y se quedaron para siempre, cosa habitual en nuestra Argentina.
Yo, Carlos G., de treinta y cinco años, Contador Público Nacional, divorciado, había aprendido dos cosas en estos diez años de ejercer la profesión: La primera era cómo hacer el trabajo mecánica y eficientemente, y la segunda el darme cuenta de cuánto me aburría, era como contar porotos en un partido de truco. Pero claro, había que vivir, mantener el chalet, el Audi que descansaba en el garaje, el velero y además, terminar de pagar la cuota del divorcio...
Aquella semana particularmente había sido caótica, mi pobre notebook había comenzado la semana con un comportamiento psicótico, para a continuación sufrir de catalepsia, bastaba que me sentara ante ella y tocara alguna tecla para que la pantalla se pusiera en blanco. El colmo de la situación fue que ese mismo día se descompuso la cafetera y el equipo de música. Un contador puede vivir sin su música preferida, pero... ¿Cómo reemplazar el café?
Por supuesto, como soy un profesional extremadamente capaz, realicé lo que mi educación superior me dictaba. Llamé a Antonio, el técnico electrónico que vive al lado del estudio.
Al rato llegó Antonio, flaco, alto, desgarbado, con su melena pelirroja a lo Pat Methenny y su infaltable pipa sostenida en sus labios.
Después de estudiar el comportamiento y desarmar los aparatos, el dictamen fue terminante:
-Doctor (me dijo poniendo cara de Epicúreo y sosteniendo su pipa como Albert Einstein), los artefactos funcionan perfectamente, los he probado a todos y no he tenido problemas. Me debe $50 por la visita.
Después de comprobar que era realidad lo que me informaba (los aparatos y mi notebook funcionaban perfectamente) y de convencerme que a lo mejor fue la lluvia, la humedad, los iones cargados o el discurso (del odiado por todos) Ministro de Economía de la Nación, mi peludo e ingenioso vecino se fue silbando alegremente, aunque no sin antes brindarme (gratuitamente, obvio), un consejo.
-Doctor, Ud. está muy nervioso, necesita tomarse unas vacaciones o al menos disfrutar de un fin de semana.
Por segunda vez tenía razón. Las obligaciones y los compromisos habían hecho de mi vida una agenda completa sin tiempo para volver al yoga y a la meditación, disciplinas que había cultivado por años. ¿Qué me había pasado? ¿En qué máquina me había convertido? Hacía años que no me preguntaba: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy?
Las preguntas fundamentales seguían allí, dentro de mí, pero sepultadas por toneladas de condicionamientos sociales y laborales.
Aquella noche terminaría siendo un punto de inflexión.
Medité profundamente sobre mi existencia, el por qué de mi divorcio, mis prioridades y el futuro laboral, social y sentimental.
Ya no le di importancia al mal funcionamiento de los aparatos electrónicos y ni siquiera tomé café.
Estaba deprimido y “salvo error u omisión”, como decimos los contadores, había perdido motivación en mi vida. Me sentía vacío.
Aquella noche, me tiré en mi sillón preferido y después de buscar infructuosamente alguna película que me gustara en el cable, y totalmente aburrido, me fui a dormir (y para colmo solo, sin nadie que me “rascara la espalda”, como dicen ene el campo).
-¡Carlos! ¡Carlos! Una voz poderosa y sonora me despertó con estrépito aquella noche, encendí la luz y mire con susto mi habitación.
Estaba solo y únicamente se escuchaba el siseo de la pequeña estufa de tiro balanceado. Me levanté de la cama y revisé concienzudamente el resto de la casa, flor de susto me había dado ese mal sueño (porque supuse que de eso se había tratado), de paso fui al baño porque me habían dado unas terribles ganas de orinar.
Hacía dos años que me había divorciado de mi esposa y el recuerdo de ese sufrimiento me aterraba, no quise volver a tener una pareja para volver a discutir y sufrir. Me había acostumbrado a la soledad y al silencio durante las noches.
Pero: ¡Esa voz había sido tan real! Nunca me había pasado de tener alucinaciones auditivas.
A la mañana siguiente todo volvió a la normalidad, o casi todo. Me sumergí en los Balances y en los Cuadros de Resultados, tratando que mis clientes pagaran lo mínimo al Fisco y que por el contrario, se sintieran muy felices con su Contador.
Tomé consecuentemente una tras otra varias tazas de café. Luché con la computadora y su mal funcionamiento, pero a pesar de ello me sentía ausente, falto de concentración, como si mi mente estuviera ocupada, trabajando en paralelo, como si estuviera en otro lugar aparte de mi cerebro.
¿Qué me pasaba?
Y de pronto comenzaron los chillidos, mi oído derecho parecía que se partía con un zumbido agudísimo que llenaba la oficina, o al menos eso me parecía. Ninguno de mis empleados lo notaba.
¿Cómo podía ser?
-¡Carlos, Carlos! Otra vez aquella voz. Pero ahora era de día, las once de la mañana. Era como el gruñido de Dios. ¡Esquizofrenia, lo que me faltaba! Al mismo tiempo, otra vez esas terribles ganas de orinar.
Nunca entendieron mis empleados el porqué de aquella mañana, en que su jefe les dio un franco por el resto del día. Susana, Martha y Jorge, mis leales empleados, me miraron en forma extraña, pero con paso firme y seguro, salieron alegremente a disfrutar del día libre.
Me faltan las palabras para describir el horror que sentí en ese momento. Mi mundo se desmoronaba, perdía mi profesión, mi status, como había perdido a mi esposa y el deseo de tener hijos. ¡Seguramente mi futuro se circunscribía a una habitación en un loquero! ¡De San Isidro al Borda, sin escalas!
A pesar del frío, ese mediodía salí de mi oficina y en pocos instantes, sin querer, me encontré en la entrada de la Parroquia de Santa Rita, un lugar que por lo general es muy concurrido en ese horario, extrañamente no había nadie y pude sentarme en un banco cerca del atrio, tal vez buscando inconscientemente ayuda en un lugar donde presumimos se encuentra lo sagrado.
Nuevamente esa voz: ¡Carlos, Carlos!
Sólo atine a responder ¿Quién es, qué quiere de mí? -No te asustes, no estás loco, hemos estado ajustando la señal psiónica para poder comunicarnos contigo. No nos rechaces. Eres parte de un plan. Los siete debemos reunirnos en el templo en la fecha del solsticio. ¡Es importante!
Salí de la parroquia y corrí y corrí, hacia donde la gente se agolpaba para tomar los colectivos, no quería estar solo. ¡Además necesitaba un baño! Desesperado entré en un cafetín oscuro y sudoroso de la Avenida Márquez y pedí una ginebra, que el mozo, luciendo una barba de varios días y un uniforme que clamaba que lo lavaran, trajo sin embargo prontamente, sin duda acostumbrado a tratar con desdichados faltos de razón.
Mareado, con náuseas y dando tumbos regresé esa tarde a mi casa, sabiendo que nada volvería a ser igual.
Aquella mañana siguiente desperté cerca del mediodía con una resaca digna del Libro Guiness.
El café puro, negro, espeso como el barro, de poco sirvió y me demostró que lo que se aprende con las películas de Hollywood es por lo general falso. De hecho acrecentó mi acidez y las náuseas.
Pero lo importante había sido logrado: Nada de voces extrañas en mi cabeza, salvo el dolor inconmensurable producido por la ginebra...
Desde que me levanté sentí una extraña sensación en la espalda, en mi columna vertebral. No era dolor, tal vez podría decir que era una molestia, pero sin embargo no podía definir la sensación; era un hormigueo que corría desde debajo de la cintura hasta la coronilla, como un fluir sin interrupción, con una descarga de energía al llegar a mi cabeza para volver a comenzar una y otra vez.
Me sentía horrible, a pesar de ello trataba de recordar las palabras que habían resonado dentro de mi cráneo: “Señal psiónica”, “Los siete debemos reunirnos en el templo al momento del solsticio”. ¿Tenía sentido algo de ello? ¿Por qué las había imaginado si de eso se trataba?
Las pulsaciones eléctricas en mi espalda se estaban acrecentando produciendo como una sensación orgásmica, comencé a añorar el sexo y a arrepentirme de mis dos años de soledad.
Tomé la determinación de llamar a Norberto, mi buen amigo médico, al que había conocido hacía quince años en las clases de yoga, y rápidamente concerté una cita para esa misma tarde.
Al llegar al consultorio y verme, el bueno de Norberto exclamó: ¡Pareces Boris Karloff, maquillado para una película de terror, era hora que vinieras! Norberto, además de ser un buen amigo, era lo más parecido a un médico brujo. No es que le faltaran títulos universitarios y otros honores, pero siempre me pareció que poseía una sensibilidad especial para tratar a sus pacientes y trataba a éstos desde un conocimiento holístico, como un todo en relación con el universo, no dudaba en usar métodos no convencionales para tratar las dolencias.
Sus conocimientos en herboristería, homeopatía y medicina chamánica resultaban de invalorable ayuda. Además sabía escuchar e interpretar lo que su paciente explicaba, no solamente en palabras sino a través de sus gestos y expresiones.
Es una persona baja y delgada, con una incipiente calvicie, de esas que empiezan a los cuarenta y pico, y a veces se me antojaba asociar su figura con un pájaro, porque se movía de manera muy similar a un ave, con movimientos rápidos y saltando de aquí para allá.
Me sinceré con él y conté con lujos de detalles toda mi extraña experiencia. Después de hacerme una revisión en el iris y pedirme algunos análisis, me interrogó con su cadencia suave pero firme mientras tomábamos un té de jazmín.
-Carlos, debo hacerte unas preguntas: ¿Usas algún tipo de droga, algún ácido?
-No tomo drogas, ni siquiera fumo o bebo, salvo lo de anoche; nunca tuve problemas de ese tipo.
Norberto jugueteaba con su lápiz anotando esporádicamente unos datos sobre mi ficha personal (odiaba las computadoras y todo lo electrónico), entonces preguntó:
-¿Has notado que orines mucho, quiero decir, más que de costumbre?
Aquella pregunta me tomó por sorpresa ya que no lo había asociado con mi problema, pero no tuve más opción que asentir y a modo de explicación le dije: - En la última semana me levanté varias veces a la noche para orinar, y sobre todo, después de escuchar esa voz extraña.
Norberto siguió garabateando jeroglíficos sobre mi ficha durante un tiempo prolongado, al fin me miró profundamente y me dijo:
-Durante estos últimos años, en especial desde tu divorcio con Cristina, te has estado avocando excesivamente al trabajo, siempre que te encuentro estás con las carpetas de tal o cual impuesto, o yendo apresurado a dar tus clases en la facultad. Te encuentro en un estado de estrés psicofísico; no creo que tengas problemas neurológicos o que estés mentalmente desquiciado. Te convendría tomar vacaciones y volver a practicar nuevamente las azanas de yoga que aprendimos en el ashram. Norberto se levantó de su escritorio, me ofreció otra taza de té y terminó su concepto:
-Tal vez no me creas, pero pienso que tus experiencias tienen que ver con algo que va mas allá de lo cotidiano. Tiene algunos elementos que me hacen considerar esto que te digo. El chillido en el oído derecho, la voz profunda y sonora, la excesiva descarga de orina, esa sensación en la espina dorsal...quiero que veas a unos amigos míos versados en ocultismo y esoterismo, es buena gente y son muy reservados.
-¡Ocultismo! ¿Adónde me envías?- Dije sorprendido. -No temas, se llaman Eduardo y Liliana, tienen una oficina en Villa Devoto, llámalos de parte mía y ve a verlos esta misma semana. Personalmente les voy a adelantar tu caso. -
Salí confundido, con mi mente ocupada en otros pensamientos que me eran extraños, sentía que podía percibir los sentimientos y los pensamientos de las personas que pasaban a mi lado: amor, odio, preocupación, atracción sexual, podía sentir (o imaginar creía yo) aquellas sensaciones como si fueran mías propias. Era todo extrañísimo. Mi espalda vibraba como una cuerda, era molesto y agradable a la vez. Mi estómago, sin embargo, se contraía en un nudo nervioso de incertidumbre y desasosiego.
Realicé aquella llamada para concertar la cita y a los pocos días, después de un pequeño trayecto a través del Acceso Norte y la Avenida General Paz, arribé al simpático barrio de Villa Devoto, estacioné el auto junto a las amplias veredas llenas de árboles, tan típico de ese barrio y juntando valor, lamé al timbre colocado junto a la puerta metálica de un antiguo edificio de oficinas.
Después de subir una larguísima escalera, ingresé en una pequeña oficina que no difería mucho de la mía. Algunas computadoras, pantallas, equipos electrónicos y muchísimos libros en los anaqueles. Sinceramente me esperaba algo diferente de una pareja ocultista. -Buenas tardes, soy Eduardo y ella es mi esposa Liliana, Norberto nos hablo de ti, tal vez podamos ayudarte.
Me sentí bien, comprendido y protegido. Con un lenguaje simple y ameno me hicieron entender que tal vez estaba inmerso en una experiencia espiritual, aunque mi grado de estrés y angustia me impedía avanzar hacia una experiencia plena y clarificadora. -Tenemos técnicas para ayudarte a que te relajes- me explicaba Liliana – tenemos que armonizarte, hacer que tus centros sensitivos y energéticos se alineen, lograr que aflore tu subconsciente. Debemos abrir el canal psiónico para que la comunicación sea fluida y logres una buena recepción.
-¡Canal psiónico! De eso me hablaron – asentí presuroso -.
-Es una especie de fluido electromagnético –acotó Eduardo- que sirve de base a una comunicación que suele confundirse con la telepatía, por lo general produce interferencia eléctrica con los aparatos electrodomésticos, éstos suelen descomponerse y arreglarse solos poco tiempo después.
-¡Eso es lo que me pasó! Mi computadora, la cafetera, el equipo de CD, todos se descompusieron en un momento y volvieron a funcionar al otro. Pero díganme, ¿quién está detrás de esa voz? ¿Qué significan los siete en el templo?
-Tienes que tener paciencia, valor y determinación, eres el único que puede contestar esas preguntas. Debemos abrir tus canales receptivos. Debes comprometerte con el deseo de tu corazón. ¿Hasta dónde quieres llegar?
No dudé ni por un momento, quería llegar al fondo de todo.
No importaba el costo, sentía un nuevo impulso que le daba sentido a mi existencia, o al menos una enorme sensación de curiosidad.
Había algo más en nuestro mundo además de los balances, el banco y los clientes. Emprendía una aventura. ¿Qué consecuencias afrontaría? Volvía a ser un joven lleno de preguntas e inquietudes.
Tomamos decisiones todos los días, salvo que ésta cambiaría mis conceptos sobre la vida, mis creencias (o falta de ellas) y mi pequeño papel a favor de nuestra humanidad.
Comenzaba en aquellos momentos una aventura introspectiva con ribetes metafísicos que me llevarían por un camino sinuoso y provisto de numerosas pruebas que me permitirían descubrir (como dicen mis amigos Eduardo y Liliana) esa “otra realidad” que convive con nosotros y no es asequible por el conocimiento científico-racional.
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