Proceso Iniciático:
Relato
de una Primera Iniciación
LA
PRIMERA INICIACIÓN
Muchos
se figuran que la iniciación es un paso adelante que han de dar
por sí mismos. Creen que el iniciado es un hombre que por su
propio esfuerzo ha ascendido a gran altura y ha llegado a ser
muy excelsa individualidad en comparación del hombre mundano.
Así es en efecto; pero comprenderemos mejor la cuestión si la
considerarnos desde más alto punto de vista. La importancia de
la iniciación no consiste en exaltar a un individuo, sino en
que se identifica con la excelsa Orden de la Comunión de los
Santos, como hermosamente la llama la Iglesia cristiana, aunque
muy pocos se fijan en el verdadero significado de estas
palabras.
Comprenderemos
mejor la estupenda realidad subyacente en la iniciación en la
Fraternidad, después de considerar la organización de la
Jerarquía oculta y la obra de los Maestros, de que trataremos más
adelante. El candidato llega a ser algo superior a un hombre
personal, porque se convierte en unidad de una formidable energía.
En
cada planeta tiene el Logos solar un representante con funciones
de virrey. En la Tierra se le da a este representante el título
del Señor del Mundo y es el Jefe de la Fraternidad. Por otra
parte, la Fraternidad no es tan sólo una corporación de
hombres en la que cada cual tiene deberes que cumplir, sino
también una fortísima unidad, un flexible instrumento en manos
del Señor, una potente espada que puede esgrimir.
Hay
un maravilloso e incomprensible plan por el cual después de
haberse diversificado el Uno en muchos, vuelve a ser Uno otra
vez; pero sin que las unidades componentes del sistema pierdan
lo más mínimo de su individualidad y poder como tales
unidades, sino al contrario,
que se han acrecentado mil veces hasta formar parte Señor,
del cuerpo que usa, de la espada que esgrime, del
órgano que pulsa, del instrumento con que lleva a cabo
su obra.
En
todo el mundo sólo hay un Iniciador, con facultades
para delegar su autoridad en un adepto cuando se trata de
las primera y segunda iniciaciones, aunque en tales casos
recurre el adepto al Señor en el momento crítico de conferir
el grado. Este momento es de imponderable maravillosidad en la
vida espiritual del candidato, según no hace mucho tiempo
manifestó el maestro Kuthumi al aceptar a un discípulo, diciéndole:
Ahora
que has alcanzado la inmediata meta de tus aspiraciones, te
exhorto a que te fijes en lo mucho mayores
requisitos de la próxima etapa, para la cual has de
prepararte y es «la entrada en la corriente», o lo que los
cristianos llaman «salvación». Este ideal será el punto
saliente en la larga línea de tus existencias terrenas, la
culminación de setecientas vidas. Hace siglos te
individualizaste en el reino humano. En un porvenir que, según
espero, no será remoto, saldrás del reino humano por la
puerta del adeptado y entrarás en el superhumano. Entre
estos dos extremos no hay puesto de mayor importancia que la
iniciación hacia la cual debes dirigir desde ahora tus
pensamientos. No sólo serás así para siempre salvo sino que
ingresarás en la sempiterna Fraternidad auxiliadora del mundo.
Piensa en el sumo cuidado con que has de prepararte para tan
prodigioso acontecimiento. Quisiera que te representaras de
continuo su gloria y hermosura a fin de que vivieses en la luz
de su ideal. Joven es tu cuerpo para tan formidable esfuerzo,
pero se te depara una espléndida oportunidad y deseo y espero
que completamente la aproveches.
Al
iniciar a un ego este entra a formar parte de la más compacta
corporación del mundo y se une al dilatado océano de
conciencia de la Gran Fraternidad Blanca. Durante largo tiempo
no podrá el nuevo iniciado comprender cuanto esta unión entraña,
y ha de penetrar mucho más adentro del santuario antes de que
se dé cuenta de lo estrecho del lazo y de la magnitud de la
conciencia del Rey, de la cual participan hasta cierto punto los
hermanos.
Todo
esto es incomprensible e inexplicable en el mundo profano, pues
su metafísica y sutilidad transcienden la eficacia del
lenguaje; y sin embargo, es una gloriosa realidad hasta el
extremo de que quien lo empieza a vislumbrar, le parece ilusorio
lo demás.
Ya
vimos que el discípulo puede situar su pensamiento junto al del
Maestro. Por propia voluntad puede el iniciado situar el suyo
junto al de la Fraternidad y atraer de La magna conciencia tanto
como en el nivel en que se halla sea capaz de recibir, con la
seguridad de que cuanto más allá de ella atraiga, más irá
siendo capaz de atraer, de modo que su individual conciencia se
dilate hasta el punto de serle imposible todo mezquino
pensamiento. Y así como el discípulo aceptado ha de ser muy
cuidadoso en no perturbar los vehículos inferiores del Maestro,
pues con ello le entorpecería la obra, así también un miembro
de la Fraternidad nunca ha de suscitar discordancia alguna en la
unitaria acción de la magna conciencia.
Ha
de tener en cuenta el iniciado que la Fraternidad en conjunto no
efectúa la misma obra que los Maestros. Muchos de sus miembros
están ocupados en muy distintos menesteres que requieren suma
concentración y completa calma; y si algún novicio, olvidando
su alta vocación, perturbara a la Fraternidad con molestas
vibraciones, afectaría la perturbación a la obra de los
adeptos. Aún nuestros mismos Maestros podrían descuidar este
punto y sufrir voluntariamente alguna molestia de esta clase en
atención al porvenir cuando el nuevo miembro haga provechosos
uso de las facultades de la Fraternidad; pero los que nada
tienen que ver con la educación de candidatos, podrían decir
en tal caso: «Nuestra obra queda perturbada, y para evitarlo es
mejor que permanezcan afuera quienes todavía tienen
indisciplinada la personalidad.» Añadirían que nada se perdería
con ello, pues también es posible adelantar desde el
exterior, y que los discípulos deben ser más fuertes y
prudentes antes de obtener la iniciación.
Tan
admirablemente se amplía la conciencia del iniciado que bien
puede considerarse como un nuevo nacimiento. Principia por ser
«niño» en la vida del Cristo o conciencia búdica despertada
en su interior. Posee entonces el poder de dar la bendición de
la Fraternidad, que consiste en infundir una tremenda y
dominante energía en quien juzgue capaz de aprovecharla. El
poder de la Fraternidad descenderá sobre el elegido en el grado
en que el iniciado lo haga descender. Al elegido compete
aprovecharlo y recordar que es responsable de la aplicación que
le dé.
El
oficiante en la iniciación bendice según la siguiente fórmula:
«Yo
te bendigo. Sobre ti derramo mi energía y mi bendición.
Procura derramar constantemente esta bendición en otros.»
Cuanta
mayor sea la confianza del nuevo iniciado más copioso flujo de
energía podrá derramar. Si vacila lo más mínimo o le
apesadumbra la responsabilidad de ser transmisor de un tan
copioso flujo de energía, no será capaz de utilizar plenamente
este maravilloso don. Pero si posee la cualidad de saddha
o completa confianza en el Maestro y en la Fraternidad, y
está completamente seguro de que por su unión con excelsos
Seres le son todas las cosas posibles, podrá ir por el mundo
como un verdadero ángel de luz derramando alegría y bendiciones
a lo largo de su camino.
La
conciencia de la Gran Fraternidad Blanca es indescriptible por
lo maravillosa. Puede compararse a un vasto, tranquilo y
refulgente océano, tan prodigiosamente compacto, que la más
leve vibración de conciencia se transmite de un extremo a otro
instantáneamente: y sin embargo, a cada miembro de la
Fraternidad le parece aquella vibración la de su individualidad
conciencia, aunque con una fuerza, una importancia y una sabiduría
que ninguna conciencia humana puede igualar.
Así
como todos los discípulos están unidos con su Maestro,
así también la Fraternidad está toda unida en su Señor. Los
miembros pueden discutir libremente entre ellos cualquier punto;
pero la discusión se contrae a presentar a una misma mente los
diversos aspectos o fases del asunto, para compararlos entre sí
con pasmosa y tremenda serenidad que nada es capaz de perturbar.
Sin embargo toda insinuación o advertencia sobre el asunto es
bien recibida, como si todos los miembros de la Fraternidad
estuviesen animados del vivísimo deseo de contribuir cada cual
por su parte a dilucidarlo.
Nada
hay en este mundo con lo que acertadamente pueda compararse la
conciencia de la Fraternidad. Relacionarse con ella es ponerse
en contacto con algo nuevo y extraño, y sin embargo
inefablemente admirable y hermoso, algo que sin necesidad de
prueba ni comparación denota de por sí que pertenece a un
superior y desconocido mundo.
Aunque
los miembros de la Fraternidad están de tal modo sumergidos en
la conciencia colectiva, se hallan al propio tiempo
definitivamente separados, porque para tomar decisiones de
importancia se requiere el asentimiento de todos los hermanos.
El
gobierno del Rey es absoluto, aunque siempre le acompañan sus
consejeros cuyas observaciones escucha y considera en todo caso.
Pero este cuerpo consultivo difiere enormemente de los
parlamentos políticos del mundo. Los que ocupan cargos no han
sido elegidos por sufragio ni por decisión de un partido, sino
porque merecen ocuparlos por su mayor adelanto y sabiduría.
Nadie duda de la decisión de su superior porque sabe que
verdaderamente es superior y que tiene mayor intuición y poder
para decidir. No cabe la menor sospecha de que estos
superhombres puedan pensar u obrar por coacción, porque tan
completa confianza todos han depositado en su potente organización
que no son posibles entre ellos definitivas discrepancias. Únicamente
a una tal Fraternidad con un tal Rey se pueden aplicar las
hermosas palabras de una de las colectas de la Iglesia
anglicana: «En Su servicio hay absoluta libertad.»
En
una corporación así no debía haber seguramente la menor
posibilidad de fracaso o perturbación; pero a causa de la
humana fragilidad y de que no todos los miembros de esta gran
Logia Blanca son todavía superhombres, sobrevienen, aunque
raras veces, algunos fracaso. Como dice Luz en el Sendero: «Los
Seres superiores retroceden, aun desde el umbral, porque les
asusta el peso de su responsabilidad y se ven incapaces de
seguir adelante.» Únicamente el logro del adeptado afirma la
absoluta seguridad.
El
Iniciador manifiesta al candidato que por haber entrado en la
corriente está ya para siempre en salvo, aunque todavía
arriesga demorar considerablemente su adelanto si cede a
cualquiera de las tentaciones que le han de asediar en el
sendero.
La
frase «ser salvo para siempre» se toma en el sentido de
significar la certeza de pasar adelante en el actual período de
evolución, y no quedar rezagados el «día del Juicio», en el
promedio de la quinta ronda, cuando Cristo, que habrá entonces
descendido a la materia, declare quiénes pueden y quiénes no
alcanzar la meta de evolución señalada a la presente cadena
planetaria. No hay condenación eterna. Es sencillamente, como
dice Cristo, condenación eoniana. Habrá quienes no puedan
seguir adelante en el actual período de evolución, pero sí
podrán en el próximo período, de la propia suerte que un
alumno suspenso en un curso de estudios puede seguir adelante y
aun colocarse a la cabeza de la clase al repetir el curso el año
siguiente.
Triste
y terrible cosa es que ocurra un fracaso entre los iniciados, y
entonces se estremece penosamente la conciencia colectiva,
porque la separación de un miembro equivale a una dolorosa
operación quirúrgica en que se desgarran las fibras del corazón.
Sin embargo, el errático hermano no puede fracasar
definitivamente, porque está ligado por un lazo inquebrantable,
aunque muy poco sabemos del áspero camino de pruebas y
sufrimientos por que ha de pasar antes de volver a unirse con la
Fraternidad.
«La
Voz del Silencio permanece en su interior, y aunque abandone del
todo el Sendero, algún día resonará la Voz y lo dividirá en
dos partes, separando sus pasiones de sus divinas posibilidades.
Entonces, con penosa desesperación de la amputada naturaleza
inferior, él volverá.»
Como
en los precedentes capítulos, daré aquí un relato del
ceremonial adoptado, que si bien persiste sin alteración
esencial en el transcurso de los siglos tiene un formulismo
bastante elástico. La primera parte de las instrucciones que el
Iniciador da al candidato es siempre la misma. La segunda parte
consta de consejos y exhortaciones variables según la condición
del candidato. He visto casos en que el Iniciador forjó la
imagen del más encarnizado enemigo del candidato y le preguntó
a éste si estaba dispuesto a perdonarlo en absoluto y aun a
favorecerlo si por acaso lo encontraba en su camino. En otros
casos se le pregunta al candidato sobre la labor que haya
realizado, y a veces declaran como testigos quienes se han visto
por él favorecidos.
RELATO
DE UNA PRIMERA INICIACIÓN
Como
la fiesta de Wesak se celebró aquel año de 1915 en la mañana
del 29 de Mayo, se eligió la noche del 27 del mismo mes para la
iniciación del candidato, y se nos dijo que estuviéramos todos
preparados para el acto.
En
aquella ocasión, el Señor Maitreya fue el Iniciador y en
consecuencia se efectuó la ceremonia en el jardín de su casa.
Cuando inician el Maestro Moria o el Maestro Kuthumi, se efectúa
la ceremonia en la cueva que se abre cerca del puente tendido
sobre el barranco que separa las casas de ambos maestros.
Reuniéronse
en el jardín del Señor Maitreya gran número de adeptos, y
estaban presentes todos los que cuyos nombres conocemos. El
hermoso jardín lucía en todo su esplendor. Las flores de los
rododendros fulguraban como encendido carmín y el aroma de las
rosas tempranas embalsamaba el ambiente. Sentóse el Señor
Maitreya en su acostumbrado banco de mármol que rodea el
corpulento árbol frontero a la entrada de la casa. Los Maestros
se agruparon en derredor, a derecha e izquierda, acomodados en
sitiales adrede dispuestos sobre el césped desde cuyo nivel se
sube por dos peldaños al sitial de mármol, en el que también
se sentaron el manú Señor Vaivasvata y el Mahachoán, uno a
cada lado de los brazos del trono tallado de propósito para
estas ceremonias, que da frente al Sur y se le llama Trono de
Dakshinamurti.
El
candidato, acompañado de los dos Maestros que lo presentaban,
se colocó a los pies del Señor Maitreya y detrás y en el
nivel inferior de la terraza estaban los discípulos, unos ya
iniciados y otros por iniciar, aparte de algunos invitados a
presenciar buena parte de la ceremonia, aunque eventualmente un
velo de dorada luz encubre a su curiosidad los actos y
movimientos de la figuras centrales.
El
candidato iba como de costumbre revestido de una flotante y
blanca túnica de lino, mientras que la mayor parte de los
maestros lucían vestimentas de seda blanca profusamente orladas
con magníficos bordados de oro. Una numerosa hueste de ángeles
planea sobre los circunstantes y llenan el aire de una suave y
melódica vibración que de extraña y sutil manera parece
efluir de la tónica del candidato un intrincado telamen de
sonidos como expresión de sus cualidades y posibilidades.
Durante toda la ceremonia prosigue este canto que delicadamente
subraya todas las palabras que se van pronunciando sin
interrumpirlas, como el cantarino rumor del arroyuelo no
interrumpe el gorjeo de las aves, pero que en ciertos puntos de
la ceremonia va en crescendo hasta culminar en un himno
triunfal. La música aumenta con sus vibraciones en vez de
apagar la voz de los locutores. Siempre tiene por base esta música
la tónica fundamental del candidato, con variaciones y fugas
sobre ella, que de un modo incomprensible para el entendimiento
del profano expresa todo cuanto es y será el candidato, quien a
la sazón estaba situado en medio de la escena entre el Maestro
Kuthumi, quien por ser su maestro lo proponía, y el maestro Jesús
que apoya la propuesta.
El
Señor Maitreya formuló sonriente la primera pregunta del
ritual:
‑¿Quién
es este que así conducís ante mí?
El
maestro Kuthumi respondió según la fórmula de costumbre:
‑Un
candidato que solicita ingresar en la gran Fraternidad.
‑¿Garantizáis
que merece la admisión?
‑Lo
garantizo.
‑¿Queréis
guiar sus pasos por el Sendero en que desea entrar?
‑Quiero.
‑Nuestra
regla prescribe que dos hermanos superiores garanticen al
candidato. ¿Hay algún otro hermano dispuesto a apoyar la
propuesta?
Entonces
habla por vez primera el apoyante, diciendo:
‑Yo
estoy dispuesto a apoyarla.
El
Iniciador le pregunta al preponente:
‑¿Tenéis
prueba de que si se le confieren completamentarias facultades
las empleará en el adelanto de la magna obra?
‑Esta
vez ha sido corta la vida de este candidato, pero ya tiene en su
abono muchas buenas acciones y ha comenzado a hacer nuestra obra
en el mundo. También en Grecia hizo mucho para difundir mi
filosofía y civilizar al país donde vivía.
El
maestro Jesús añadió:
‑Durante
dos vidas de dilatada influencia hizo mi obra, 'enmendando
injusticias, ajustando su conducta de gobernante a un noble
ideal, y divulgando por doquiera las enseñanzas de amor, pureza
y santidad cuando fue monje en una encarnación. Por estas
razones le apoyo ahora.
Entonces
el Señor Maitreya dijo mirando sonriente al candidato:
‑El
cuerpo de este candidato es el más joven de cuantos hasta ahora
se nos han presentado para su ingreso en la Fraternidad. ¿Hay
algún miembro que todavía viva en el mundo profano y esté
dispuesto a prestarle en nuestro
nombre tanto auxilio y consejo como su joven cuerpo necesite?
Sirio
se adelantó del grupo de discípulos que estaban detrás, y
dijo:
‑Señor,
en cuanto mí capacidad lo permita y mientras yo permanezca al
alcance de su cuerpo, haré gustosamente por él todo lo que me
sea posible.
El
Señor repuso:
‑¿Está
tu corazón henchido de verdadero amor fraternal hacia este
candidato, de modo que puedas guiarlo como se debe?
‑Lo
está.
Entonces,
el Señor se dirigió por primera vez al candidato, preguntándole:
‑¿Por
tu parte amas a este hermano de modo que voluntariamente admitas
su auxilio cuando sea necesario?
El
candidato respondió:
‑Verdaderamente
lo amo de todo corazón, porque sin él no estaría y aquí.
El
Señor inclinó gravemente la cabeza, y los dos Maestros
colocaron al candidato frente a frente del Iniciador quien
fijando en él la vista le dijo:
‑¿Deseas
ingresar en la Fraternidad existente de eternidad en eternidad?
‑Así
lo deseo, Señor, si me juzgáis apto aunque mi cuerpo sea
joven.
‑¿Conoces
el objeto de esta Fraternidad?
‑Cumplir
la voluntad de Dios llevando a cabo Su plan de evolución.
‑¿Te
comprometes a dedicar toda tu vida y todas tus fuerzas de ahora
en adelante a esta obra, olvidándote en absoluto de ti mismo en
beneficio del mundo, convirtiendo toda tu vida en amor como Dios
es amor?
‑Procuraré
hacerlo así hasta el extremo límite de mi capacidad, con el
auxilio de mi Maestro.
‑¿Prometes
mantener secreto de todo cuanto se te exija el secreto?
‑Lo
prometo.
Después
se le hicieron al candidato las acostumbradas preguntas respecto
al conocimiento astral y al mundo astral. Se te mostraron muchos
objetos astrales y hubo de decirle al Iniciador qué eran, y
distinguir entre el cuerpo astral de un viviente y de un
difunto, entre una persona física y la imagen o forma mental de
la misma persona, entre la imitación de un Maestro y el
verdadero y auténtico Maestro. Después el Iniciador le
representó varios casos astrales y preguntóle cómo prestaría
su auxilio en cada caso, a lo que respondió el candidato lo
mejor que supo.
Por
último el Iniciador declaró sonriendo que habían sido muy
satisfactorias las respuestas, y seguidamente procedió a la
Instrucción en un solemne y hermoso discurso que según ya dije
es substancialmente siempre el mismo, aunque se añade algo
particularmente relacionado con el candidato. La Instrucción
explica la obra de la Fraternidad en el mundo y la
responsabilidad que individualmente pesa sobre cada miembro,
porque cada cual ha de compartir la grave pesadumbre de las
tristezas del mundo y ha de estar dispuesto al auxilio tanto por
servicio como por consejo, porque no hay más que una
Fraternidad que actúa bajo una misma ley y un solo Jefe, y todo
hermano tiene el privilegio de poner sus conocimientos
especiales a disposición de la Fraternidad para el fomento de
cualquiera de las modalidades de la magna obra de favorecer el
progreso de la humanidad. Aunque la autoridad del Rey es
absoluta no se toma ninguna decisión de importancia sin el
conocimiento de aún el miembro más joven de la Fraternidad. En
cualquier parte del mundo donde se halle un hermano, representa
a toda la Fraternidad y cada cual se compromete a estar a la
disposición de la Fraternidad, a ir donde se le envíe y hacer
lo que se le ordene. Aunque los miembros jóvenes obedecen implícitamente
a sus Jefes, pueden proporcionar datos referentes a la localidad
en que habiten y sugerir alguna idea que a Aquéllos les parezca
de posible aplicación.
Todo
hermano residente en el mundo ha de tener en cuenta que es un
centro radiante de la energía efundida por la Fraternidad para
auxiliar a los menesterosos de auxilio y que al propio tiempo
debe servir de canal para que cualquier hermano derrame sus
bendiciones sobre el mundo. Por lo tanto, los jóvenes hermanos
deben estar dispuestos a cada momento a que se les pueda
utilizar, pues no sabe cuándo serán necesarios sus servicios.
La vida del hermano debe estar entregada por completo al bien
del prójimo. Ha de vigilar anhelosa e incesantemente toda
oportunidad de prestar servicio, y su mayor gozo ha de ser el
prestarlo. Ha de recordar que en sus manos está el honor de la
Fraternidad y por lo tanto debe ir con sumo cuidado que ninguna
palabra ni obra suya la deshonren a la vista de las gentes ni
den motivo a que se piense de ella ni un ápice menos altamente
de lo que merece.
No
se figure el candidato que por haber entrado en la corriente está
ya exento de pruebas, luchas y dificultades. Por el contrario,
habrán de ser todavía más intensos sus esfuerzos aunque
dispondrá de mayor fortaleza para realizarlos. Su poder será
mucho mayor que antes, pero también lo será su
responsabilidad. Ha de considerar que no es él, como separado
ser, quien ha subido un peldaño que lo coloca sobre sus prójimos,
sino que más bien debe alegrarse de que por su medio se vaya
realizando algún tanto la humanidad, libertándose en la misma
proporción de sus cadenas y enalteciendo mucho más su
conciencia. Siempre le acompaña la bendición de la
Fraternidad, pero descenderá sobre él en la misma medida en
que la derrame sobre los demás, porque tal es la eterna ley.
Esta
es la parte invariable de la Instrucción. Como particular
consejo al candidato que se iniciaba aquella noche, el Iniciador
añadió:
‑Demasiado
joven es tu cuerpo para soportar el peso de esta magnífica
gracia de la iniciación; pero tu misma juventud te depara una
oportunidad tan maravillosa como la que más hayan tenido los
hombres. La has merecido por el karma de tus pasadas vidas de
sacrificio. Procura que en este cuerpo la merezcas también.
Espero de ti que des prueba de nuestro acierto al abrirte tan
pronto las puertas. Recuerda siempre la absoluta unidad de todos
nosotros como miembros de la única Fraternidad,
de modo que su honor no padezca en tus manos. Al empezar
tan tempranamente puedes llegar muy lejos en la actual encarnación.
Será escabroso el ascenso, pero te bastarán la fortaleza y el
amor. Cultiva la sabiduría. Aprende a dominar por completo tus
vehículos. Fomenta en ti la vigilancia, la entereza y la
previsión. Ten presente que espero de ti que estés dispuesto a
servirme de fiel lugarteniente cuando yo vaya a enseñar al
mundo. Te has abierto el camino por la abundancia de tu amor. Si
aún más intensificas el amor te conducirá hasta el fin.
Dicho
esto el Señor se dirigió a los demás Maestros diciendo:
‑Juzgo
satisfactorio a este candidato. ¿Convienen todos los presentes
en aceptarlo en nuestra Compañía?
Todos
respondieron:
‑Convenimos.
Entonces
el Iniciador levantóse de su sitial y volviendo su rostro hacia
Shamballa, exclamó:
‑¿En
Tu Nombre y por Ti hago esto ¡oh! Señor de Vida, Luz y Gloria?
En
respuesta rieló sobre la cabeza de¡ Señor Maitreya la
fulgurante Estrella que denotaba el asentimiento del Rey y todos
se inclinaron ante ella, mientras música angélica entonó una
regia marcha triunfal a cuyo compás adelantóse el candidato
conducido por sus dos padrinos y prosternose ante el
representante único que puede conceder el ingreso en la gran
Fraternidad. Un hilo de fulgente luz semejante a la fluidez de
un relámpago se extendía desde la Estrella argentina de
conciencia que simboliza la mónada del candidato acrecentóse
con esplendente brillantez hasta henchir su cuerpo causal de
modo que durante un admirable momento se identificaron la mónada
y el ego tal y como permanecen identificados en el adepto.
El
Señor Maitreya impuso las manos sobre la cabeza del candidato,
y llamándole por su verdadero nombre le dijo:
‑En
Nombre del único Iniciador cuya Estrella brilla sobre
nosotros te recibo en la Fraternidad de Eterna Vida. Sé digno y
útil miembro de ella. Ya estás para siempre salvo. Has entrado
en la corriente. Que llegues pronto a la otra orilla.
La
música angélica orquestó entonces una grandiosa y melódica
sinfonía cuyas dulces vibraciones llenaron el aire de vigorosa
alegría, mientras el Iniciador, el prosternado candidato y sus
dos padrinos quedaban envueltos en ondas de bellísimos colores
que traían la bendición de Bodisatva y del Mahachoán. Y la
exquisita y áurea luz de la Flor de la terrestre humanidad, de
Gautama, el Señor Buda, refulgía sobre Ellos en bendición,
porque otro hijo del hombre había entrado en el Sendero. La
argentina Estrella envolvió por un momento en su explayada
refulgencia al Iniciador y al nuevo hermano. Cuando se retrajo
el estelar fulgor la túnica del neófito no era ya de hilo de
seda blanca como la de los otros iniciados.
De
otra arrobadora hermosura fue la escena en que el Iniciador hizo
brillar su cuerpo causal y brilló el del nuevo iniciado en
respuesta. Relumbró una luz oriverde; y la mónada, que
normalmente aparecía como una mancha luminosa en el átomo
permanentemente del cuerpo causal, resplandeció con
intensificado brillo y explayóse hasta ocupar todo el óvalo.
En aquel punto la mónada se identifica temporáneamente con el
ego para formular los votos del candidato. El efecto en el
cuerpo astral es también interesantísimo, pues oscila rítmicamente
sin alterar su equilibrio, de suerte que de allí en adelante es
capaz de sentir con mayor viveza que antes sin desquiciarse de
su base ni substraerse al dominio del candidato. El Iniciador dió
al nuevo hermano la Clave del Conocimiento e instruyóle sobre
el modo de reconocer en el mundo astral a cualquier miembro de
la Fraternidad a quien todavía no conociese personalmente.
Después encargó a varios antiguos discípulos de los Maestros
que cuidaran tan pronto como les fuera posible de los necesarios
ejercicios búdicos, finalizando la magna ceremonia con la
bendición que al nuevo iniciado dieron todos los hermanos.
Después el nuevo iniciado bendijo al mundo, valiéndose así
por vez primera del formidable poder que se le acaba de
conferir. Al difundirse la bendición por el mundo, vivificando,
vigorizando y hermoseando todas las cosas, llenó los aires un
multitudinario murmullo con miriadas de rumores armonizados en
un cántico, de intenso gozo y profunda gratitud. Se había
manifestado otra fuerza benéfica, y la Naturaleza, que gime y
se afana sus hijos, se regocija cuando uno de ellos entra en la
Fraternidad que al fin ha de librarla de sus dolores. Porque una
sola es la Vida del mundo, y cuando una entidad realiza algún
progreso, participa del beneficio la Naturaleza entera, incluso
los seres a que tan injustamente llamamos inanimados.
Así
terminó la admirable ceremonia, y los Maestros rodearon al
nuevo hermano y le felicitaron cordialmente mientras se desvanecía
la fulgurante Estrella.
A
la noche siguiente recibí la orden de presentar al neófito al
Señor del Mundo. Este es un honor excepcional que en modo
alguno forma parte de la primera iniciación, pues generalmente
acompaña a la tercera. A la hora señalada nos dirigimos a
Shamballa y se nos recibió en el salón principal como es
costumbre en semejantes casos. Estaba el Rey conversando con el
Señor Gautama el Buda y el Señor Maitreya quien presentó al
neófito ante el Rey diciendo que era «nuestro novísimo
hermano, la siempre brillante Estrella de amor», El kumara
Sanat sonrió benévolamente al joven que se arrodillaba ante El
levantando las manos a estilo de saludo oriental, y el Rey las
tomó con Su diestra diciéndole:
-
Bien hiciste, hijo mío, y estoy contento de ti. Para decírtelo
te he llamado. Ve y pórtate todavía mejor, pues espero que
desempeñes parte muy importante en el porvenir de mi nueva
subraza. Hace pocas horas brilló visiblemente mi Estrella sobre
ti. Recuerda que así brillará siempre aunque no la veas, y
donde brille habrá constantemente poder, pureza y paz.
Después,
el Señor Buda, imponiendo las manos sobre la cabeza del neófito,
le dijo:
-
También yo deseo felicitarte y bendecirte, porque conjeturo que
tu rápido progreso de ahora es promesa del venidero, y que en
el porvenir te saludaré como a un hermano del Glorioso
Misterio, como a un miembro de la Dinastía espiritual que
transmite la luz a los mundos.
Los
tres Kumaras que detrás se hallaban sonrieron también al joven
que arrodillado permanecía sin pronunciar palabra, pero
rebosante de amor y adoración. El Rey nos bendijo y emprendimos
el viaje de regreso.
El
tiempo empleado en la ceremonia de iniciación varía según las
circunstancias, y una de ellas es el grado de conocimiento del
candidato. La tradición señala que algunas iniciaciones
duraron tres días y tres noches, aunque generalmente se
invierte en ellas mucho menos tiempo. Una de las que yo presencié,
se efectuó en dos noches y un día, pero otras se concretaron
en una sola noche por haber prescindido de muchos puntos cuya
ulterior ejecución se encomendó a los más adelantados discípulos
de los Maestros. Antiguamente eran muy prolijas algunas
iniciaciones porque a los candidatos se les había de enseñar
la actuación en el mundo astral. También hay ejercicios búdicos,
porque los iniciados necesitan tener algún tanto desarrollado
el vehículo búdico para comprender las enseñanzas que se han
de dar en este plano. Muchos teósofos han actuado ya
astralmente y conocen de antemano los pormenores del mundo
astral que corresponde enseñar en la iniciación a quien los
desconoce. Cuando el Iniciador sabe que el candidato tiene ya
algún desarrollo búdico, lo confía a los antiguos discípulos
para que a la noche siguiente o cuando mejor convenga lo
adiestren en los ejercicios búdicos.
La
iniciación propiamente dicha no dura más de seis horas, y
antes y después se concede un poco de tiempo a los candidatos.
Los Maestros felicitan siempre al candidato después de la
iniciación y cada cual le dice unas cuantas palabras amables.
Aprovechan la ocasión de estar reunidos para transmitir algunas
órdenes a sus discípulos, y por lo general es motivo de
intenso regocijo, al menos entre los miembros jóvenes. Se
celebra como victoria colectiva la admisión de otro neófito,
de uno más que está salvo para siempre.
Ya
hemos hablado de la íntima relación entre un discípulo
aceptado y su Maestro. De cada vez es mayor la intimidad y
generalmente sucede que cuando el discípulo se acerca al Portal
de la iniciación, el Maestro considera que ha llegado el tiempo
de atraer al discípulo a más estrecha unión, y entonces se le
llama Hijo del Maestro y el lazo es tal que no sólo la mente
inferior sino también el ego del discípulo con su cuerpo
causal quedan asimilados al del Maestro, de modo que éste ya no
puede tender un velo que lo separe del discípulo. Luz
en el Sendero alude hermosamente a esta íntima unión en el
siguiente pasaje: «Únicamente a los discípulos que son como
El mismo, puede decirles el Maestro: «Mi paz os doy». Estos
son los que tienen el inestimable privilegio de transferir
plenamente a otros la paz. Todo discípulo aceptado por el
Maestro tiene el derecho y el deber de bendecir en su nombre, y
cuando así lo haga, seguramente que el Maestro derramará un
copioso flujo de energía. Con mayor motivo ha de dar su bendición
cuando entre en alguna casa diciendo: «Que la bendición del
Maestro permanezca en esta casa y en todos sus moradores». Pero
el Hijo del Maestro es capaz de infundir más plena y mayor paz
con el toque de su íntima presencia, porque ya es o muy luego
será miembro de la Gran Fraternidad Blanca que concede el poder
de dar más copiosa bendición aunque cada grado tiene su
proporcional eficacia.
Recuerdo
haber dado estas bendiciones en diferentes coyunturas a un noble
ángel de la vecindad a quien tengo el honor de conocer muy
bien. Al pasar en buque cerca de su territorio, le saludé una
vez con la bendición de mi Maestro, y fue de veras hermoso ver
cómo la recibió, inclinándose profundamente y demostrando su
estima con un bello y suave resplandor de beatitud y extrema
devoción.
Otro
día, en análogas circunstancias, le di la bendición de la
Fraternidad e instantáneamente toda energía del ángel
resplandeció en gozosa respuesta iluminando la extensión de su
territorio. Fue como si al toque de atención hubiese elevado un
guerrero a su altura a los millares de soldados que militan a
sus órdenes. Toda la naturaleza respondió al momento. Así
vemos que aunque el ángel reverencia profundamente a mi
Maestro, no es su Maestro, pero mi Rey es su Rey, porque no hay
más que un Rey.
La
cuestión de si un hombre se acerca aptamente a la iniciación
entraña tres diferentes órdenes de consideraciones
interdependientes.
Primero
se ha de ver si posee suficiente número de las cualidades
necesarias, según se exponen en A los pies del Maestro,
lo cual significa que ha de poseer un mínimo de todas y
mucho más del mínimo de algunas. Para comprender mejor esta
idea comparémosla con lo que se hace al calificar por puntos a
los estudiantes en el examen académico. De antemano determinan
examinadores que no aprobarán a ningún examinado que no
responda satisfactoriamente a un señalado número de preguntas
sobre cada materia, por ejemplo, que ha de responder al menos a
la cuarta parte de las que se le hagan. Sí algún examinado no
cumple esta condición quedará indefectiblemente reprobado.
Pero además, se exige que el mínimo número total de
respuestas satisfactorias sobre las materias en conjunto sea por
ejemplo del cuarenta por ciento, de modo que aunque el examinado
haya contestado a la cuarta parte de las preguntas en cada
materia, quedará reprobado si el mínimo total de respuestas
satisfactorias no llega al cuarenta por ciento de las preguntas
formuladas. Por lo tanto, el examinando que sólo obtenga
veinticinco o treinta puntos en una o dos materias ha de
alcanzar mayor número de puntos en las demás para merecer la
aprobación de los examinadores. Este es precisamente el método
empleado en ocultismo. Ha de reunir el candidato cierto grado de
cada una de las cualidades requeridas, pero ha de tener
completamente actualizadas algunas de ellas. No puede recibir la
iniciación el candidato que carezca de discernimiento; pero si
lo posee en menor grado del requerido, la superabundancia de
amor podrá compensar la cortedad de discernimiento.
En
segundo lugar, el ego debe haber disciplinado sus vehículos
inferiores hasta el punto de poder utilizarlo siempre que los
necesite. Debe haber efectuado lo que en la primitiva bibliografía
teosófica se llamaba unión del yo inferior con el Yo superior.
Ha de tener suficiente fortaleza para realizar los requeridos
esfuerzos que afectan incluso al cuerpo físico.
En
cuanto al grado de adelanto en que se ha de hallar el candidato
al recibir la iniciación no hay regla fija. Fuera un error
suponer que todos los iniciados están en la misma etapa de
evolución, de la propia suerte que no todos los que obtienen el
título académico de bachiller poseen el mismo grado de
conocimientos. Es muy posible que un candidato sobresalga en
varias de las cualidades requeridas y exceda del mínimo total
señalado y sin embargo esté muy por debajo del mínimo
correspondiente a una sola cualidad. En tal caso sería
necesario esperar a que poseyera el grado mínimo de la cualidad
deficiente, y no cabe duda de que entretanto desenvolvería aún
más las otras cualidades. Por lo tanto, resulta evidente que si
bien hay un señalado límite de adelanto para obtener la
iniciación, pueden transponerlo con ventaja algunos candidatos
en determinada dirección.
Vemos,
además, que hay mucha variedad en los intervalos entre las
iniciaciones. El que ha sido capaz de obtener la primera, puede
poseer gran parte de las cualidades requeridas para la segunda,
y en consecuencia el intervalo le será muy corto. En cambio el
que haya obtenido la primera iniciación con el mínimo de
condiciones requeridas, habrá de ir educiendo las cualidades
necesarias y adquirir el conocimiento demandado para la segunda,
por lo que le será largo el intervalo.
Ya
hemos entrado en un período de la historia del mundo en que
puede ser muy rápido el progreso en todas las etapas de evolución
porque la próxima llegada del Instructor del mundo ha suscitado
un progresivo resurgimiento espiritual, de suerte que
quienquiera que a él se sume se verá empujado por la corriente
y adelantará con mucha mayor rapidez.
Esto
no se refiere tan sólo a la humana corriente de pensamientos y
emociones, porque el pensamiento humano no es más que una corta
parte de dicho resurgimiento, pues están en minoría los
hombres que saben algo en concreto respecto a la próxima venida
de Cristo. Lo más importante es el formidable poderío mental y
emocional de la numerosa hueste de ángeles que conocen el plan
y diariamente se esfuerzan en favorecerlo.
Sin
embargo, tan rápido progreso exige penoso esfuerzo de que
pocos son capaces. El estudiante de ocultismo que se proponga
apresurar su evolución, debe tener en cuenta que una de las
condiciones necesarias es la salud física. Si desea realizar
en una sola vida terrena el progreso que normalmente requeriría
veinte o más, el total esfuerzo ha de ser el mismo, pues no se
concede rebaja alguna en las condiciones prescritas para la iniciación,
y por consiguiente para lograr éxito habrá de someter a más
rudo trabajo todos sus vehículos,
En
el plano físico es posible abreviar los cursos académicos,
mas para salir airoso del examen debe intensificar el estudiante
el esfuerzo de todas sus facultades intelectuales y someter a
duro trabajo el cerebro, la atención, el aguante, los sentidos,
etc., de lo que según todos sabemos, suele resultar fácilmente
el quebranto de la salud corporal. Análogas condiciones
esperan a quien se esfuerce en apresurar su evolución
espiritual. Es posible apresurarla y hubo quien lo consiguió,
pues resulta muy noble hazaña para el capaz de acometerla con
la precaución de no excederse en el esfuerzo, porque entonces
retrocedería en vez de progresar.
No
solamente es necesaria la salud física al emprender los
esfuerzos sino también conservarla hasta el fin, porque el
progreso en sí mismo no es más que el medio de llegar a un
fin, pues nosotros no tratamos de adelantar para obtener mayor
grandeza y sabiduría personal sino para adquirir el poder y
conocimiento que nos permita trabajar con la mayor eficacia
posible en beneficio de la humanidad. No debemos jamás olvidar
que el ocultismo es la apoteosis del sentido común.
Con
rarísimas excepciones, sólo habían recibido hasta ahora la
iniciación candidatos de ya maduro cuerpo físico y después
de haber dado pruebas por sus actividades en la vida, de que
estaban dedicados a la obra del Logos. Sin embargo, durante
estos últimos años, algunos egos de cuerpo joven han merecido
el beneficio de recibir la iniciación y entendemos que el
motivo de ello es preparar un grupo de jóvenes obreros capaces
de servir al Señor cuando advenga. A su venida actuará el
Instructor del mundo en la maravillosa conciencia de la
Fraternidad, y Su obra será tanto más expedita cuanto mayor número
de servidores encarnados en cuerpo físico se congreguen en Su
torno. Podrá el Instructor utilizar los servicios de un profano
según su capacidad; pero el discípulo aceptado por un Maestro
le será más útil al Instructor en varios sentidos que pudiera
serle el profano, y muchísimo más útil le será todavía
quien haya transpuesto el portal de la iniciación y avive los múltiples
lazos que ligan a los miembros de la Fraternidad. El iniciado es
siempre el ego, y poco importa la edad que tenga el cuerpo físico
en un momento dado
Cuando
recibe la iniciación un ego de cuerpo joven, los miembros
antiguos de la Fraternidad que viven cerca o en contacto con él
en el plano físico han de asistirlo y guiarlo, a causa de la
grave responsabilidad que la iniciación entraña por el explaye
de conciencia y la otorgación de mayores facultades y poderes.
Una mala acción que cometa o un paso en falso que dé un
iniciado acarrea un karma muchísimo más grave que una acción
análoga cometida por un profano. Por lo tanto, no estarán aquí
de más algunas instrucciones para los miembros jóvenes. Cada
cual ha de tener presente que se le ha conferido la iniciación
porque en pasadas vidas, y acaso en la presente, auxiliaron en
cierta medida al mundo, y se espera de él que prosiga por el
mismo camino y llegue a ser un más expedito canal de la vida
del Logos. Se le admitió a la iniciación en vista de la
probabilidad de que fuera útil, y en la ceremonia prometió
como ego y como mónada que todas las obras de su vida serían
una bendición para el mundo, así como el Logos está
continuamente efundiendo Su amor. Por lo tanto, todos los días
y a toda hora ha de mantener esta promesa y supeditarlo todo a
ella. Su pasado karma le dió varias características e impulsos
y ha de ir con cautela a fin de que no le muevan a pensar egoístamente
en sí mismo y en su propio bienestar en vez de pensar en el Yo
y en el beneficio del mundo.
Antes
de emprender la ardua labor que le aguarda, el joven iniciado
suele prepararse a ella por medio de estudios académicos. En
este caso se verá sumido en circunstancias de vigorosa
actividad y particulares intereses. El mundo le rodeará de
halagadoras tentaciones y le deparará coyunturas de quebrantar
la promesa que hizo a la Fraternidad. En medio de todas ellas ha
de mantener la actitud claramente definida de que ha unido su
suerte a los objetivos de la Fraternidad. Durante su vida
mundana, en toda circunstancia, en el estudio y en el recreo
debe sostener definidamente este pensamiento «¿Servirá lo que
voy a hacer para mejor adaptarme a la obra del Maestro o para
ser más eficiente canal de dicha y amor?» Debe siempre
recordar que la Fraternidad tiene prelación para exigirle
servicios y nunca ha de colocarse en situación que imposibilite
el cumplimiento de este deber. No significa esto que haya de
vivir eremíticamente sino que aunque viva en sociedad cual a su
adelanto conviene, ha de vigilarse continuamente para ver si se
está convirtiendo en un más eficaz canal del Logos. Desde
entonces en adelante, será perder inútilmente el tiempo toda
experiencia, tanto agradable como penosa, que no le convierta en
más eficiente canal del Logos. Ha de aprovechar cuantas
ocasiones se le deparen de prestar auxilio y de aprender todo
cuanto prometa acrecentar su utilidad.
Cuando
el discípulo da el gran paso de la iniciación e ingresa en la
Fraternidad, llega a ser en mayor y más especial sentido que
antes, hermano de todos los hombres. Esto no quiere decir que
haya de guiarles la conducta y criticarlos acremente, pues su
misión en la vida no es criticar sino estimular, y si ve razón
para hacer alguna advertencia, ha de hacerla con exquisita
delicadeza y cortesía. Las gentes no ven a los miembros
superiores de la Fraternidad, y por lo tanto juzgan de ella por
la conducta de los jóvenes miembros que viven en el seno de la
sociedad. A esto se refiere la observación hecha en la
instrucción iniciática cuando se le dice al candidato que
tiene en sus manos la honra de la Fraternidad
Es
su deber efundir amor y bendición, de suerte que su presencia
acreciente la dicha del lugar donde se halle. Por lo tanto debe
constantemente mirar en derredor suyo. De entonces en adelante
ya no han de importarle los juicios de las gentes sino el de la
Fraternidad. Poco ha de importarle gozar o no de popularidad si
en su conducta se mantiene fiel a los ideales que se le han
presentado. Algunos antiguos miembros de la Fraternidad querrán
servirse de él en determinado momento sin que se percate de
ello en su conciencia física; pero no podrá ser útil si en
el momento en que se le necesite se halla pensando en sus
particulares asuntos con miras hacia su personalidad y no al
interés del mundo.
La
suprema necesidad para él es la construcción del carácter, de
modo que cuando su Maestro le mire, lo vea pensando en el bien
del mundo y no en sí del mundo llega felicidad o le acarrea
infortunio.
Continua
2da y 3ra Iniciación
extraído
del libro:
"Los
Maestros y el Sendero" por Leadbeater
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