Proceso Iniciático:
Las Iniciaciones Superiores
Será
más sencillo este asunto para el estudiante si divide en dos
grupos las cuatro etapas del Sendero del Adeptado y coloca las
tres primeras en el primer grupo. Durante estas tres etapas
llega a la perfección la conciencia búdica, y en la cuarta
iniciación entra el candidato en el plano nirvánico, ocupándose
de allí en adelante en ascender firmemente por los cinco
subplanos inferiores del nirvánico, donde el ego tiene su
ser. También puede considerarse la cuarta iniciación como
una etapa intermedia, pues se dice que entre la primera y la
cuarta iniciación transcurren ordinariamente siete vidas y
otras siete entre la cuarta y la quinta. Sin embargo, este número
puede aumentar o disminuir, según dije antes, y el período
de tiempo efectivamente empleado en la mayoría de los casos
no es muy largo, pues las vidas se suceden una a otra sin
intermedios en el mundo celeste.
En
la terminología budista se llama arhat al que ha recibido la cuarta
iniciación, y significa el capaz, el benemérito, el venerable, el perfecto.
Los Hinduistas le llaman el paramahamsa, el que está más allá del hamsa.
Los libros orientales encomian muchísimo al iniciado en cuarta porque
conocen que se halla en altísimo nivel.
En
la simbología cristiana está la cuarta iniciación representada por las
angustias sufridas en el huerto de Getsemaní, la crucifixión y la resurrección
de Cristo; pero como hay algunas etapas preliminares se puede simbolizar más
completamente la cuarta iniciación con todo cuanto se dice que sucedió durante
la semana llamada santa. El primer acontecimiento fue la resurrección de Lázaro,
que siempre se conmemora el Sábado de Pascua aunque según el Evangelio ocurrió
una o dos semanas antes. El domingo de Ramos se celebra la entrada triunfal de
Cristo en Jerusalén. El lunes y martes predicó varios sermones en el templo;
el miércoles lo traicionó Judas Iscariote; el jueves instituyó la Sagrada
Eucaristía; en la noche del jueves al viernes, compareció ante Pilatos y
Herodes; el viernes fue crucificado; el sábado permaneció en el sepulcro, y en
el primer instante del domingo para siempre triunfante resucitó de entre los
muertos.
Todos
estos pormenores del drama de la Pasión están relacionados con lo que
realmente sucede en la cuarta iniciación. Cristo hizo algo insólito y
prodigioso al resucitar a Lázaro en sábado, y en consecuencia gozó poco después
de su único triunfo terrenal, porque las gentes acudieron presurosas al saber
que había resucitado a un muerto, y le esperaron a la salida de la casa de Lázaro,
cuando se dirigía a Jerusalén, para aclamarlo con entusiasmo y tratarlo como
todavía en Oriente tratan a quien consideran santo. El pueblo le siguió entusiástícamente
hasta Jerusalén, y Cristo aprovechó entonces aquella oportunidad para
aleccionar a la multitud que se había congregado en el templo deseosos de verle
y oírle. Este es un símbolo de la realidad, porque el iniciado atrae algún
tanto la atención pública y cobra cierto grado de popularidad y simpatía.
Después hay siempre un traidor que se revuelve contra él y tergiversa cuanto
ha dicho y hecho, de modo que aparece como un malvado a la vista de las gentes.
Dice
Ruysbroek sobre el particular:
«A
veces se ven estos infelices privados de todos los bienes terrenos, separados de
sus amigos y parientes, abandonados por sus mismos discípulos, menospreciada y
desconocida su santidad, calumniadas todas las obras de su vida, rechazados y
desdeñados por sus compañeros y afligidos por diversas enfermedades.»
A
esto sigue una lluvia de vilipendios, denuestos y maltratos, y la abominación
del mundo. Después la escena del huerto de Getsemaní, cuando el Cristo se
siente desfallecer al verse en completo abandono y a poco la befa y el escarnio
en público y la crucifixión. Finalmente el grito desde la cruz: «Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
La
señora Blavatsky dice en La Doctrina Secreta, que el verdadero
significado de la exclamación de Cristo es: «¡Dios mío, Dios mío, cómo me
glorificas!» No soy capaz de comprobar cuál de ambas traducciones es la
exacta, pero las dos entrañan una profunda verdad. Una de las características
de la cuarta iniciación es que al candidato se le deja enteramente solo.
Primeramente ha de quedarse solo en el mundo físico, pues todos sus amigos y
parientes se revuelven contra él a causa de malas inteligencias, y aunque más
tarde resplandezca la justicia, entretanto sufre el candidato la animadversión
general del mundo que se declara contra él. Quizás no sea ésta la más penosa
prueba; pero tiene un aspecto interno que consiste en experimentar por un
momento la condición llamada avichi, que significa «sin vibración».
El
estado de avichi no es como vulgarmente se cree una especie de infierno,
sino una condición en la cual el hombre está absolutamente solo en el espacio
y se siente separado de toda vida, incluso de la del Logos. Sin duda es la más
espantosa experiencia por que puede pasar un ser humano. Dícese que tan sólo
dura un momento; pero quienes la han sufrido declaran que es de muchísimo mayor
duración, porque en aquel plano ya no existen ni el tiempo ni el espacio. A mi
entender, tan terrible experiencia produce dos resultados: que el candidato
pueda simpatizar con quienes por efecto de sus acciones caen en el estado de avichi
y que aprenda a permanecer separado de todos los objetos externos, así como
convencerse de que es esencialmente uno con el Logos y de lo ilusorio del
sentimiento de soledad. Hubo quienes cayeron en este horrendo estado y
retrocedieron hasta el extremo de tener que repetir su obra de iniciación; mas
para quien sin desmayo la resiste, es la prueba, aunque sumamente terrible, de
muy admirable beneficio, por lo que si bien se le puede aplicarla la exclamación:
«¿Por
qué me has abandonado?» también le conviene la de: «¡Cómo me glorificas!»
al salir triunfante el candidato de la prueba.
La
cuarta iniciación difiere de las demás en su extraño doble aspecto de
sufrimiento y victoria. Las tres primeras iniciaciones están respectivamente
simbolizadas en el cristianismo por el Nacimiento, el Bautismo y la
Transfiguración; mas para simbolizar la cuarta fueron necesarios varios
sucesos. La Crucifixión con todos los sufrimientos que la precedieron sirvió
para simbolizar el aspecto aflictivo, mientras que el aspecto gozoso esta
representado por la Resurrección y el triunfo sobre la muerte. En esta etapa
siempre hay sufrimiento físico, astral y mental, ludibrio de las gentes,
hostilidad del mundo aparente fracaso; pero también hay siempre en los planos
superiores, el esplendente triunfo desconocido para el mundo exterior. La
especial índole del sufrimiento que aflige al candidato en esta cuarta iniciación
elimina cuantos residuos kármicos puedan interponerse todavía en su camino, y
la paciencia y alegría con que lo soporte contribuirán valiosamente a
fortalecerle el carácter y ayudarle a determinar su grado de utilidad en la
obra que le aguarda.
Una
antigua fórmula egipcia describe como sigue la Crucifixión y Resurrección que
simboliza la efectiva iniciación: «Después el candidato quedará atado sobre
la cruz de madera, morirá y será sepultado y descenderá al mundo inferior,
pero al tercer día resucitará de entre los muertos.»
En
aquellos tiempos no resurgía el candidato del sarcófago en que en estado de éxtasis
se le había depositado, hasta pasados tres días con sus noches y parte del
cuarto. Entonces resurgía al aire libre por el lado oriental de la pirámide o
templo, a fin de que los rayos del sol naciente le dieran en el rostro y
acabaran de despertarle de su largo sueño.
El
antiguo proverbio que dice «no hay corona sin cruz» puede interpretarse en el
sentido de que sin el descenso del hombre a la materia, sin atarse a ella como a
una cruz, sería imposible para él resucitar y recibir la corona de gloria. Así
es que por la limitación y el sufrimiento obtiene la victoria.
Imposible
nos es describir la resurrección. Cuantas palabras empleáramos empañarían su
esplendor y blasfemia parecería aun el intento de descripción. Sin embargo,
cabe afirmar que equivale a la completa victoria sobre todas las tristezas,
tribulaciones, dificultades, tentaciones y pruebas. Es un triunfo imperecedero
porque lo ha logrado por conocimiento y fortaleza de ánimo.
Recordemos
cómo proclamó el Señor Buda su liberación.
«Muchas
mansiones de vida me alojaron, y siempre inquirí quién había forjado aquellas
prisiones de los sentidos atestadas de aflicción. ¡Penosa fue mi incesante
lucha! Pero ahora ya te conozco, constructor de este tabernáculo. Nunca volverás
a erigir estas murallas de dolor ni a colocar la parhilera de los desengaños ni
a empotrar traviesas en la arcilla. Derruida está tu casa y cuarteada la viga
maestra. ¡La ilusión la construyó! Así pasaré seguramente a obtener la
liberación.»
Desde
esta cuarta etapa es consciente el arhat en el plano búdico aunque actúe en el
físico, y al dejar este último durante el sueño o el éxtasis, se transfiere
su conciencia a la inefable gloria del plano nirvánico. Al recibir la cuarta
iniciación ha de tener ya el candidato un vislumbre de conciencia nirvánica,
como al recibir la primera tuvo una momentánea experiencia del plano búdico.
Mas ahora sus cotidianos esfuerzos han de propender al enaltecimiento y ampliación
de su conciencia nirvánica. Esta labor es prodigiosamente difícil, pero poco a
poco se capacitará para adelantar su obra en este inefable esplendor.
Al
principio se verá completamente desorientado y sentirá como la primera impresión
una vehemente intensidad de vida, que le sorprenderá no obstante estar
familiarizado con el plano búdico. También se sorprendió, aunque no tanto,
cada vez que anteriormente fue ascendiendo de uno a otro plano. Cuando por vez
primera me transporté con plena conciencia al plano astral desde el físico,
noté que la vida es allí mucho más amplia que cuanto conocía en la tierra, y
exclamé: «Yo me figuraba que sabía qué era la vida, pero no la conocía.»
Al
pasar al plano mental se redobló la sorpresa, pues si el astral era hermoso más
lo es todavía el mental y al entrar en el causal fue todavía mayor, de modo
que a cada ascenso se repite la sorpresa sin que ninguna conjetura predisponga a
ella, pues siempre es la vida en el nuevo plano mucho más estupendamente
gloriosa y feliz que cuanto cabe imaginar y no hay palabra que la describa.
Los
orientalista europeos tradujeron la palabra nirvana por aniquilación, porque
significa «apagar con un soplo», como se apaga la llama de una vela. Sin
embargo, nada más opuesto a la verdad. Seguramente es la aniquilación de todo
cuanto en el mundo físico conoce el hombre. porque ya no es tal hombre sino
Dios en el hombre, un Dios entre otros Dioses aunque menor que Ellos.
Imaginémonos
el universo entero henchido por un inmenso torrente de vívida luz que con
determinado propósito fluyera irresistiblemente hacia adelante, y que fuese
comprensible y estuviese enormemente concentrada, pero absolutamente sin
esfuerzo ni violencia. Al principio sólo notaríamos un sentimiento de
bienaventuranza y veríamos únicamente la intensidad de la luz; pero poco a
poco advertiríamos que aun en aquella constante refulgencia hay puntos o núcleos
más brillantes en los que la luz adquiere una nueva cualidad a propósito para
percibirla desde los planos inferiores cuyos habitantes no podrían si este
auxilio sentir su refulgencia. Después echaríamos de ver que aquellos núcleos
de mayor brillantez a manera de soles subsidiarios son los excelsos Seres, los
Espíritus planetarios, los potentes Ángeles, los Señores del Karma, los
Dianchoanes, Budas, Cristos. Maestros y otros muchos de quienes ni siquiera
sabemos los nombres, por cuyo medio fluye la luz y la vida a los planos
inferiores.
Poco
a poco, según nos vamos acostumbrando a esta maravillosa realidad, echamos de
ver que somos esencialmente unos con todos estos Seres, aunque estamos muy por
debajo de la cumbre de su esplendor. Nos percatamos de que somos parte del Único
residente en todos Ellos y en todos los puntos del espacio, de que también
constituimos un foco del que si bien a muy inferior nivel fluye asimismo la luz
y la vida sobre los que están, no lejos de ella porque todos son parte de ella
y nada hay fuera de ella, sino lejos de comprenderla y experimentarla.
La
señora Blavatsky dice que la conciencia nirvánica es como un círculo que
tiene el centro en todas partes y su circunferencia en ninguna. Es una profunda
sentencia atribuida indistintamente a Pascal, al cardenal de Cusa y al Zohar pero
que pertenece en justicia a los Libros de Hermes. Muy lejos está dicha
conciencia de la aniquilación. El iniciado que la alcanza no pierde en lo más
mínimo el sentimiento de su individualidad. Su memoria es perfectamente
continua. Es el mismo hombre y puede en verdad decir: «Yo soy Yo», sabiendo lo
que el Yo significa. Aunque esto parezca extraño es muy cierto. No hay lenguaje
humano capaz de dar ni siquiera la más leve idea de semejante estado de
conciencia, porque todo aquello con lo que están familiarizadas nuestras mentes
se desvaneció desde largo tiempo antes de llegar al nivel nirvánico. Desde
luego que aun en este nivel está el espíritu revestido de una especie de
envoltura de imposible descripción, porque por una parte parece como si fuese
un solo átomo y por otra cosa como si todo el plano nirvánico. El hombre tiene
la conciencia de hallarse simultáneamente en todas partes, pero en cualquiera
de estos puntos del plano podría concentrarse en sí mismo disminuyendo el
efluvio de su energía que entonces fuera para él como un cuerpo.
Quien
sólo una vez ha experimentado esta maravillosa unidad ya no puede olvidarla ni
volver a ser jamás lo que antes era, pues por muy densamente que se vele en vehículos
inferiores para ayudar y salvar a sus hermanos menores, por muy estrechamente
que se ate a la cruz de la materia, recluido, limitado y preso, no podrá
olvidar que sus ojos han visto al Rey en toda su hermosura, que han contemplado
la lejana, lejanísima tierra, que no obstante su lejanía la descubriríamos en
nuestro interior si fuésemos capaces de explorarla, porque para alcanzar el
nirvana no es necesario subir a un altísimo cielo sino tan sólo abrir nuestra
conciencia a su esplendor
Dijo
el Señor Buda:
No
os quejéis ni lloréis ni supliquéis sino abrid los ojos y mirad. Porque la
luz os envuelve y es tan admirable y hermosa que trasciende a cuanto los hombres
han imaginado y a cuanto en sus plegarias impetraron. Es la sempiterna luz.»
Habla
el profeta Isaías de «la lejanísima tierra»; pero esta frase está
infielmente traducida. No habló Isaías de la tierra lejanísima sino de «la
tierra de lejanas distancias» lo cual es muy distinta y bellísima idea,
indicadora de que el profeta había tenido alguna experiencia de los planos
superiores y comparaba en su mente el esplendor de los estrellados cielos con
las angostas catacumbas por donde nos arrastramos en la tierra. Porque angosta
catacumba es la vida terrena comparada con la vida nirvánica; un ciego reptar
por oscuros y tortuosos caminos en comparación de la espléndida vida con
definido propósito, del exacto cumplimiento de la divina Voluntad que anima y
actúa en las voluntades de Quienes allí moran.
El
arhate tiene ante sí la formidable obra de ascender al pináculo del supremo
plano de la existencia humana, y mientras en esta labor se ocupa ha de
quebrantar las cinco restantes de las diez ligaduras, que son:
6.
Ruparaga.‑ Es el deseo de
la belleza de forma o de existencia física en una forma, incluso en el mundo
celeste.
7.
Arruparaga.‑ Deseo de vida sin
forma.
8.
Mano.‑ Orgullo.
9.
Uddhachcha.‑ Agitación o
irascibilidad. La posibilidad de que algo lo conturbe.
10.
Avijja.‑ Ignorancia.
La
sexta y séptima ligaduras incluyen además del raga o atracción el dvesha
o repulsión, y el quebrantamiento de estas ligaduras implica una cualidad
de carácter por cuya virtud ni en los planos inferiores de forma o rúpicos ni
en los superiores sin forma o arrúpicos hay ni es posible que haya nada capaz
de atraer ni repeler al iniciado que en ellos actúe.
Cuando
quebranta la octava ligadura olvida la magnitud de sus proezas y ya le es
imposible el orgullo, pues mora en la luz y no se compara con las cosas
inferiores. Entonces posee la perfecta serenidad que nada puede perturbar y
queda libre para adquirir todo conocimiento, para ser omnisciente en cuanto se
refiere a nuestra cadena planetaria.
Ya
se acerca ahora a la quinta iniciación, a la del Adeptado. Ha prescindido de
todo cuanto le hizo hombre y emprende la etapa final que ha de convertirlo en
superhombre, en asekha, como los budistas le llaman porque ya no tiene
nada que aprender y agotó las posibilidades de la naturaleza humana, o en jivanmukta,
como le llaman los hinduistas, porque alcanzó la liberación y es un ser libre,
no por separada independencia, sino porque su voluntad es una con la Voluntad
universal, con la Voluntad del Uno sin segundo. Mora continuamente en la luz del
nirvana, aun en su conciencia vigílica si prefiere permanecer en cuerpo físico
en la tierra; y cuando está fuera de este cuerpo asciende al plano monádico
que está no sólo allende de nuestras palabras sino de nuestro pensamiento.
Dice
el Señor Buda:
No
midas con palabras lo Inmensurable ni hundas la sonda del pensamiento en lo
Insondable. Quien pregunta, yerra. Quien responde, yerra. ¡No digas nada!
En
el simbolismo cristiano, la Ascensión de Cristo y la venida del Espíritu Santo
en lenguas de fuego, representan la entrada en el Adeptado, porque el adepto
asciende a una esfera superior a la humanidad y más allá de la tierra, aunque
si lo prefiere puede volver al mundo físico, como hizo Cristo, para enseñar y
auxiliar a los hombres. Al ascender el Adeptado se identifica con el Espíritu
Santo e invariablemente lo primero que hace con su nuevo poder, es infundirlo en
sus discípulos tal como Cristo lo infundió mediante lenguas de fuego en el
colegio apostólico el día de la Pentecostés.
El
examen del diagrama representativo de los principios del hombre, publicado en
otras obras teosóficas, descubrirá el enlace entre la manifestación del Logos
en el plano prakrítico del Cosmos y en el alma del hombre. Veremos que el Alma,
el trino Espíritu humano, reside en el subplano inferior del Espíritu Santo o
Tercer Aspecto del Logos, con la cual se identifica el adepto, y tal es el
verdadero significado del domingo de Pentecostés o fiesta del Espíritu Santo.
A
causa de dicha identificación puede el adepto aceptar discípulos; pero el
arhate, aunque ya tiene mucho que enseñar, todavía actúa a las órdenes de un
adepto y la transmite al plano físico; pero no toma discípulos porque aún no
está identificado con el Espíritu Santo.
Superior
a la iniciación del adepto es la del choán y aún más allá hay otras de que
trataré en el capítulo destinado a la Jerarquía Oculta. La escala de los
seres asciende hasta nubes de luz en las que muy pocos hombres pueden penetrar;
y cuando les preguntamos a Quienes están más altos y saben infinitamente más
que nosotros. lo único que pueden responder es que la escala se extiende mucho
más allá de lo que su vista alcanza. Ellos ven muchos más peldaños que
nosotros, pero la escala sigue ascendiendo a inimaginables alturas de gloria y
nadie conoce su fin.
Aunque
es de todo punto exacto que ninguno de nosotros ve el fin de la escala de los
seres y que nos es casi incomprensible la obra de Quienes actúan en los planos
superiores de la Jerarquía, conviene advertir que su existencia y actuación es
tan real y definida, y aún más, que cualquiera de las cosas del mundo físico,
y que no hay la menor vaguedad en nuestra visión de aquellos excelsos Seres.
Aunque sólo conozco muy poco de la parte superior de Su obra, durante muchos años
he visto constantemente, casi todos los días, al Bodisatva ocupado en ella, y
también he visto varias veces al Señor del Mundo en Su maravillosa e
incomprensible existencia. Así es que para mí son entidades tan reales como
cualquiera de las personas a quienes conozco y trato en este mundo y estoy tan
seguro como cabe estar Su existencia y de algo de la obra que realizan en el
mundo.
De
la portentosa verdad que de Ellos puedo decir, estoy absolutamente
seguro; y sin embargo, no acierto a explicar lo que son ni a comprender más que
una parte de Su obra. He visto a los Dianchoanes, a los Espíritus planetarios y
a los Embajadores de otros sistemas solares y estoy absolutamente seguro de la
existencia y trascendental gloria de todos estos Seres; pero desconozco el
conjunto de la obra de Su vida. También he visto la Manifestación del Logos de
nuestro sistema solar, tal como es entre Sus iguales; pero millones de veces más
esplendoroso que el aspecto en que lo vi ha de ser en el que lo ven los excelsos
Seres. Tal como dice el Bhagavad Gîtâ que vio Arjuna la divina Forma,
así la he visto yo sin el menor género de duda, por lo que deseo atestiguar
personalmente que es tal como declaro, aunque me expongo a la befa de algunos
que me preguntarán que quién soy yo para decir semejantes cosas. Pero yo lo he
visto y fuera cobardía no atestiguarlo.
Repetidamente
he manifestado de palabra y por escrito que ni siquiera intento que nadie crea
en la Teosofía por razón de mis afirmaciones. Opino que cada cual debe
estudiarla por sí mismo e inferir del estudio sus propias conclusiones, pues la
capital razón para aceptar cualquier doctrina ha de ser que o por individual
experiencia la conozca o que le parezca la más razonable hipótesis de cuantas
hasta entonces se le expongan. Pero esto no altera en modo alguno la
circunstancia de que yo tenga pruebas de ofrecer a quienes se presten a
examinarlas, y que he expuesto en este y en otros libros. Los que en el siglo XX
escribimos de San Juan, hace dos mil años:
Lo
que era desde el principio, lo que hemos oído, lo hemos visto con nuestros
ojos, lo que hemos mirado y palparon nuestras manos... lo que hemos visto y oído,
eso os anunciamos.
Poco
nos importa a quienes damos testimonio de lo que hemos visto, que el mundo lo
crea o no.
«Quienquiera
que ha sentido el Espíritu del Supremo, no puede confundirlo ni de El dudar ni
negarlo. Aunque a una voz ¡OH! mundo tú lo niegues, quédate a ese otro lado,
mientras yo permanezco aquí en el mío.»
Inmediatamente
después del Adeptado, se abren ante los pasos del iniciado siete ramas del
Sendero, entre las cuales puede escoger. Sobre este punto será lo mejor repetir
lo dicho en la obra: El hombre; de dónde y cómo vino; a dónde va.
Luego
que transpuesto el reino humano llega el hombre al dintel de la vida
superhumana, se abren siete senderos a la elección de sus pasos. Puede entrar
en las bienaventuradas omnisciencia y omnipotencia del nirvana, cuya actuación
trasciende a cuanto conocemos, con posibilidad de llegar a ser en algún mundo
futuro un avatar o encarnación divina, lo que suele llamarse «tornar la
vestidura dharmakaya». También puede entrar en el «período espiritual»
frase que encubre desconocidos significados, entre ellos probablemente el de «tomar
la vestidura sambhogakaya». Asimismo puede formar parte de aquella tesorería
de energías espirituales de donde para Su obra las extraen los agentes del
Logos, tomando al efecto «la vestidura nirmanakaya». Igualmente puede ser un
miembro de la Jerarquía oculta que gobierna y protege el mundo donde alcanzó
la perfección. Por otro sendero puede pasar a la cadena siguiente y ayudar a
construir sus formas. De la propia suerte puede entrar en la espléndida evolución
angélica o de los devas. Por último, le cabe consagrarse al inmediato servicio
del Logos, que lo destine a algún punto del sistema solar, para ser Su ministro
y mensajero y vivir tan sólo para cumplir Su voluntad y realizar Su obra en el
conjunto del sistema por El gobernado. Así como un general tiene su Estado
Mayor cuyos individuos transmiten sus órdenes a todos los puntos del campo de
batalla, así son aquellos Seres el Estado Mayor del que a todos manda «los
ministros que cumplen Su deseo». Parece este sendero muy espinoso y el mayor
sacrificio que aguarda al adepto, por lo que se le distingue y considera en
extremo. Un individuo del Estado Mayor no tiene cuerpo físico, pero por el
poder creador o kriyashakti se construye uno con la materia del globo a donde se
le envía. En el Estado Mayor hay Seres de diversos grados de evolución desde
el de arhate en adelante.
El
que se reviste del dharmakaya se recluye en la mónada y se desprende hasta de
su átomo nirváníco. El sambhogayaka retiene el átomo nirvánico y se
manifiesta como trino Espíritu. El nirmanakaya retiene el cuerpo causal y los
átomos permanentes que entrañó en el transcurso de su evolución, de modo que
en cualquier momento puede, si tal desea, revestirse de los cuerpos mental,
astral y físico. Mantiene concretamente su relación con el mundo de que
procede, a fin de constituirse en depósito de la energía espiritual que se
derrama sobre el mundo.
La
Voz del Silencio dice que el
nirmanakaya es una especie de dique a propósito para evitar mayor tristeza y
miseria a los hombres del mundo. A quienes no comprenden el interno significado
de este símbolo, les parecerá que la miseria y la aflicción entran en el
mundo desde el exterior y que los excelsos Seres impiden la entrada de mayor
caudal; pero no es así en modo alguno, pues toda tristeza y miseria proviene
del mismo que la sufre. Cada cual es su propio legislador y decreta su premio o
su castigo; pero el deber del nirmanakaya es proporcionar un copioso flujo de
energía espiritual en auxilio de la humanidad. Continuamente está el
nirmanakaya generando esta energía sin reservarse para sí ni una dina, sino
que toda la pone al servicio de la Fraternidad para que la emplee en aliviar la
pesadumbre del mundo.
Así
vemos que de cuantos alcanzan el Adeptado, relativamente pocos se quedan en
nuestro mundo terrestre como miembros de la Jerarquía Oculta; pero tanto, Ellos
como Su obra son de vital importancia, por lo que les dedicaremos los restantes
capítulos de este libro.
extraido
del libro:
"Los
Maestros y el Sendero" por Leadbeater
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