Viví casi una década en las aulas del saber, construí una realidad y allí aprendí a estimular la mente concreta, pero durante estos años no descubrí cómo la luz clara y fría del intelecto se filtra con la calidez del corazón.
Comprender estas causas que arroja el modelo educativo vigente y los propósitos que las instituciones tienen de servir al sistema y éste de controlar el contenido teórico-práctico que se dicta. Indignación, compasión por la cantidad de corazones ensombrecidos y la necesidad de imaginar la transformación como contraparte superior de este actual estado. Imágenes que decido hoy, serán el presente del futuro.
Los espacios educativos actuales, consecuencia de un modelo iluminista-racional, están diseñados como escuelas de entrenamiento para competir y no para cooperar, para separar e individualizar y no unir, para alcanzar un cierto nivel, pero no para que conquistes tus dones y posibilidades superiores, para adquirir conocimientos estandarizados, pero no que fijes la atención por conocerte a ti mismo.
Así, las instituciones condicionan los sistema de valores, el orden de prioridades que le das a las cosas, los sueños, la comunicación, la marginalidad de los temas que realmente son trascendentes para el Ser. Generan una fórmula de pensamiento que surca la conciencia con creencias tales como la necesidad de un título para llegar a esto o aquello, alimenta la percepción del mundo con los anteojos del miedo y la escasez, la incertidumbre por la falta de empleos, la mecanicidad en la relación con uno y con el entorno, la disociación entre el intelecto y centro cardíaco, la rigidez de los cuerpos internos, la baja autoestima por no llegar con los requisitos que pide el mundo laboral.
La necesidad radical de transformación, de sembrar las bases para una educación planetaria que albergue los propósitos de las escuelas del futuro y recapitule las enseñanzas de civilizaciones antiguas,donde el proceso del propio pensar y conocerse sea el sentimiento de felicidad que nutra la experiencia purificadora y expanda la conciencia a comprender las dimensiones de lo divino.